miércoles, 8 de diciembre de 2010

KORAPILOAK

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“Del marinero al cirujano, del remendón al acróbata, del alpinista a la costurera, del pescador al embalador, del carnicero al cestero, del fabricante de alfombras al afinador de pianos, del que acampa al que hace asientos de paja, del leñador a la encajera, del encuadernador de libros al fabricante de raquetas, del verdugo al ensartador de collares... El arte de hacer nudos, culminación de la abstracción mental y de la manualidad a un tiempo, podría ser considerado la característica humana por excelencia, tanto como el lenguaje o más aún...”
 
                                     

Aunque se destruyen con facilidad, existen evidencias del uso de los nudos desde hace casi medio millón de años y vestigios de redes de pesca de hace veinte mil años.
En la tradición del sintoismo nipón, hay dioses “anudadores”, porque se encargan de atar el cielo a la tierra, el espíritu a la materia y la vida al cuerpo. En los templos japoneses, una cuerda anudada de paja indica el espacio purificado, sagrado, donde los dioses pueden reposar. En ciertos rituales budistas, el sacerdote anuda el espacio de la ceremonia para evitar la intromisión de lo dañino, aunque solo con el gesto de mover los dedos, sin el soporte material.
El nudo corre paralelo al proceso de civilización y por ende a la arquitectura, pero solo aparece con interés teórico en los estudios sobre el origen de la arquitectura de mano de Semper, en 1860. Cuando éste clasifica los artefactos, dedica primordial atención a lo tejido, lo que es producto del acto de anudar. De lo que deriva que la primera habitación humana debió de ser una tienda. (Curiosamente basta observar que la conocida cabaña del abate Laugier no necesitó de nudos, engarces, ni cuerdas para sostenerse).
Por lo demás, la historia del nudo en la arquitectura permanece oculta hasta el siglo XX. El nudo era sin embargo un problema de primer orden en el movimiento moderno aunque no tanto para su desarrollo general, como en uno de los puntos más delicados de lo que éste verdaderamente significaba: la prefabricación.
La prefabricación hacía necesario el estudio y desarrollo del nudo,- punto conflictivo donde se encuentran líneas y materias-, y la consecuente problemática de la repetición y la seriación industrial de sus elementos.
La prefabricación o era moderna o no era prefabricación. Pero para ello debía aparecer el personaje que viviera la transición del artesanado a la industrialización con suficiente talento: Tal era el caso de Konrad Wachsmann.
Su particular carrera comienza a la sombra de Poelzig, sin embargo poco después trabaja en la empresa de construcción de madera más importante de Alemania. Allí conoce de cerca las posibilidades industriales de este material. Gracias a ello, y haciendo evidente una vez más la importancia del primer trabajo en la trayectoria de cualquier arquitecto, se lanza a la construcción prefabricada de casas de madera.(2)
En 1941 convenció a Walter Gropius para fundar la “General Panel System”. El sistema de nudos en cruz de la patente de sus “casas empaquetadas” le dio merecida gloria internacional. De allí derivó una serie de muebles que explotaban el mismo sistema de unión. Esos nudos de madera muestran una sabiduría acerca de las posibilidades de la industria, el control del espacio y dominio de la materia, que los sitúan muy cerca de la auténtica maestría: Tal vez a la altura de algunas de las mejores esquinas de Mies o las sillas de Rietveld.
De los muebles, pasó a proyectar hangares para la fuerza aérea estadounidense, en una transición tan natural como evidente: debían ser igual de desmontables y móviles que los proyectos que ya había desarrollado. Las variaciones del “nudo Wachsmann” eran perfectas para ello.
El resultado del proceso de toda una vida, el resultado del arte de anudar la arquitectura, es esta imagen etérea, fría y fascinante que, como inmensas y delicadas crisálidas de acero y niquel, debían dar cobijo a los aviones de la USAF en los años 50.
Sus desarrollos con nudos no solo hicieron posible la moderna prefabricación, sino en buena medida el trabajo de Buckminster Fuller, de Frei Otto, de Friedman y de la arquitectura móvil.
Que una vocación o el acto reiterado sobre la forma evolucione hasta la pura poesía solo sucede cuando ésta se sublima y satura, como una religión o como un arte. Lo sabemos del Origami, del tiro con arco, del arte de la espada y de cierta jardinería. Konrad Wachsmann revela que también es posible gracias al arte de hacer nudos.

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